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La tambora como poder transformador del dolor

por Leidy Peralta

Decía doña Juana, “Es que no hay dolor que la música no transforme, esta es nuestra forma de sanar y mirar el odio y la rabia desde una anhelada paz que soñamos, y una verdad que esperamos”; y ahí estaba yo, con el nudo en la garganta mientras la miraba a los ojos, y me decía a mis adentros, yo no sería capaz de perdonar tanto dolor.

Y si, a veces creemos que a nosotros nos va mal en la vida, hasta que escuchamos la historia del otro. A doña Juana a quién llamaremos de esta forma para proteger su identidad, relataba como la guerrilla en el año 2005 le arrebató a sus dos hijos; una noche entraron a Cerro de Burgos, Bolívar, y se llevaron a su retoños de 13 y 17 años. Asegura que suplicó por la vida de sus hijos, incluso ofreciendo la de ella a cambio, pero la noche oscura y sin misericordia no perdonó la vida de estos dos jovenes, así, como la de muchos que desafortunadamente se los llevó el río.

Ella vestida con su traje de tambora, un manojo de flores en su cabeza y unos labios pintados de rojo, convirtió su dolor en canciones. En sus ojos, no se ve el rencor, por el contrario, se ve una luz que se enciende cada vez que agarra su falda y la levanta mientras llora el llamador y la cadera candenciosa se mueve al son de la tambora del Río.

Con esto, no quiero decir que la situación que tú estés atravesando no sea importante, sino, que resalto las letra de las canciones en tambora que durante años se han dedicado a llamar la soñada paz.

“Que viva Colombia y luchemos por la paz, que viva Colombia y respeten los civiles” era uno de sus coros al que más le hacía honor.

Yo estaba atónita viendo cómo esta esencia de la música era capaz de transformar el imaginario colectivo logrando llegar a escenarios llenos de dolor y tristeza. Y claro, habrá gente que a lo mejor no perdona semejante dolor, pero también, hay gente como doña Juana, que ha utilizado la música como poder transformador de una cruel realidad que vivió la zona del Magdalena Medio cuando la guerra cruda y sin filtro tocó la puerta de muchos hogares.

Hoy este saber se traslada desde los más pequeños, es común ver niños en grupos de tambora bailando entre las letras del dolor y cantando pidiendo paz por una guerra a lo que a lo mejor no les tocó vivir pero si les quedó en la historia.

Nota: Este relato lo comparto hoy recordando un viaje con la Comisión de la Verdad en 2022 donde pude adentrarme en la vena oscura y llena de secretos que recorre el río Magdalena, este río que de lejos admiramos pero que esconde cuerpos de víctimas del conflicto armado en el Magdalena Medio.

Por eso, está columna va en honor a todas las víctimas del conflicto armado en Colombia, que sus familias encuentren la verdad y la paz llegue a sus territorios.

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